Empiezo oficialmente esta sección para hablar de glorias pasadas y, hasta cierto, olvidadas por el gran público, escribiendo sobre el mayor buque de guerra de su época: El navío de línea Santísima Trinidad. Pero más que al navío en sí, que también, quiero que sirva para rendir un humilde homenaje a los hombres que componían su tripulación durante la batalla de Trafalgar.

Desde el momento de su botadura definitiva (sufrió un par de modificaciones técnicas antes de poder entrar en servicio), se convirtió en el buque insignia de la Armada Española. Participó en 1779 en la Guerra de Independencia de las colonias americanas de Gran Bretaña contra estos, apoyando a Francia, de quienes éramos aliados por aquel entonces. Participó también en las operaciones que se llevaron a cabo en el Canal de la Mancha ese mismo año, y el año siguiente participó en la captura de un convoy británico compuesto por 55 navíos, además de participar en la batalla del Cabo de Espartel tres años más tarde. Participó también en la batalla del Cabo de San Vicente, donde estuvo a punto de ser capturado por los ingleses, siendo ayudado (y amenazado con ser cañoneado si no se defendía) por otro navío español, el Infante Don Pelayo, en 1797.

Pero la pérdida del navío es insignificante si tenemos en cuenta la cantidad de vidas humanas que se perdieron en ese buque durante la batalla. Entre su dotación de 1.160 personas, hubo 108 heridos y 205 muertos, siendo el barco que más pérdidas humanas sufrió. Y, por último, también merecen ser recordados los capitanes de los barcos españoles, que aun sabiéndose en una abrumadora inferioridad táctica, maniatados por la indecisión de un almirante pusilánime y por el vasallaje de facto que la corona española rendía a Napoleón, pelearon y se defendieron como héroes hasta la última gota de sangre, literalmente en muchos de los casos.
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