1 de agosto de 2013

¿Infraestructuras? Sí, gracias

0 comentarios
Desde que hace unos años, un diputado del Partido Popular criticara al, por entonces, presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodriguez Ibarra (PSOE), por exigir que el AVE llegara hasta esa Comunidad Autónoma aduciendo problemas de rentabilidad económica, ha llovido mucho. Tanto como para que ahora sea el propio PP extremeño el que se felicite y congratule de la llegada del AVE a dicha región de España. Aunque sea con la boca pequeña porque, a pesar de todo, tienen que reconocer que dicho proyecto va a tardar un poco más de la cuenta en realizarse. Imagino que, en parte, será debido precisamente a esos palos que no paraban de meter entre los radios de su propia bicicleta.

Sin embargo, yo siempre he pensado que una obra de esta magnitud y, por extensión, cualquier otra obra de cierta envergadura que implique la creación, modificación o eliminación de infraestructuras a nivel nacional no puede basarse en una mera cuestión de si tal o cual obra va a ser rentable, o no. O al menos, no puede ser ni el único baremo, ni el principal, aunque sí sea útil tenerlo muy a la vista.

Podré parecer catastrofista, pero la historia siempre ha cambiado mucho, y nunca necesariamente para bien, las situaciones políticas y sociales de cualquier país del mundo. Así, por ejemplo, me gustaría recordar el atraso económico que se dio en España en la primera mitad del Siglo XX, entre otros factores, por una cuestión tan básica como tener un ancho de vía distinto al del resto de Europa. Y ese es un problema que hemos venido arrastrando, prácticamente, hasta hace cosa de dos días. Porque si no, ¿Cómo es posible que a fecha de hoy, la conexión directa por Alta Velocidad entre Barcelona y París sea todavía un proyecto a medio arrancar? A lo que también se le suma el hecho que, desde que en 1992 se inaugurara la primera línea de AVE Madrid - Sevilla con motivo de la Expo'92, no se terminara otro tramo de vía útil (Madrid - Lérida) hasta el año 2003. Y teniendo en cuenta, como he dicho al principio del párrafo, lo mucho que cambia el mundo y las situaciones políticas, corremos el riesgo de quedarnos otra vez mirando con cara de bobos al resto del mundo porque no hemos sabido reaccionar a tiempo.

En el caso ferroviario, por ejemplo, también entraría el apartado "eliminación" que he comentado al principio. Porque si estamos hablando de rentabilidad, lo que no se puede hacer es eliminar por completo cualquier otro tipo de tren que no sea un AVE con tal de amortizar dicha línea, y encima, que tanto las nuevas líneas como las que quedan, encarecerlas considerablemente. Y es que en los últimos tiempos, he podido comprobar (y sufrir) cómo la ampliación de la red de trenes de alta velocidad implicaba la eliminación de otras líneas más lentas... pero también con billetes más económicos que los que ofrece (impone, en este caso) las líneas del AVE. Imagino que las cabezas pensantes que idearon todo esto lo hicieron pensando que, si quitaban lineas "menores", la gente cogería el AVE con los ojos cerrados, con la misma asiduidad con la que cogían antes esos trenes más lentos, y al final lo que ha resultado es que el uso del tren como sistema de transporte, misteriosamente, ha caído entre la población española. Y me apuesto lo que sea a que esas mismas cabezas pensantes siguen preguntándose por qué pasa eso.

Por supuesto, y aunque piense que las infraestructuras son buenas per se debido a su valor estratégico, y que no debe primar el aspecto de la rentabilidad económica sobre dicho valor estratégico, también pienso que, como con todo, hay que tener dos dedos de frente a la hora de realizar según qué obras. Porque es posible que un aeropuerto internacional de dimensiones gargantuescas con capacidad para el aterrizaje y despegue de las aeronaves más grandes de la historia sea estratégicamente positivo, pero si luego no va a haber ninguna aeronave, ni de las grandes ni de ningún otro tipo, dicho aeropuerto se convierte en todo un error de proporciones descomunales. Máxime, si dicha obra se ha ejecutado sin supervisión alguna y con la idea principal de dar el gran pelotazo e hincharse los bolsillos a golpe de comisión por parte de las constructoras que van a levantar dicho aeropuerto, lo cual lo convierte, directamente, no ya en un error estratégico, sino en un robo a mano armada a los fondos públicos del Estado.

Otro ejemplo de error estratégico garrafal es el de asunto de las compañías eléctricas y petroleras españolas. Desde que Felipe González empezara con las privatizaciones de las mismas al final de su mandato (en aquella época también estábamos en crisis y había que conseguir liquidez inmediata como fuera), los precios tanto de los carburantes como de la electricidad han ido subiendo de manera vertiginosa, al contrario de lo que se prometió que pasaría cuando dichas compañías pasaron a manos privadas. Que si la competencia, que si las compañías bajarían los precios para atraer a los clientes, etc. Y al final, lo que ha pasado es que todo ese dinero que antes recibía el Estado a través de las facturas de la luz y del llenado de los depósitos de los coches, han pasado a manos privadas que, en la mayoría de los casos, ni siquiera son españoles. No pretendo ser más patriota que nadie con esto, pero también hay que pensar una cosa: ¿Qué pasará el día de mañana si la luz que alimenta nuestras bombillas depende de un país con el que no tenemos buenas relaciones? Porque, ahora mismo, por ejemplo, Endesa depende la eléctrica ENEL, de origen italiano. En este aspecto, me gustaría recordar el conflicto energético en que se vieron envueltos Rusia y Ucrania debido al uso y al coste de los gasoductos, y que afectó al suministro de gas a distintos países de la Unión Europea. 

Y todo esto, sin contar con que todo ese dinero que se embolsaba el estado, se podía reinvertir en cosas tan aparentemente triviales hoy en día como son la Sanidad, la Educación o en más infraestructuras de calidad y a un precio razonable. Precisamente porque nuestro consumo repercutía en las arcas del estado, y no en la cuenta suiza de algún multimillonario ajeno a cualquier otro problema que no sea qué coche de lujo comprarse este mes, o de cuánta eslora comprarse su próximo yate.

Lo ideal, y me gustaría recalcar esa palabra, sería que el Estado nacionalizara de nuevo según qué compañías, como las eléctricas, precisamente para que, aunque los precios se mantuvieran, o que siguieran subiendo, los importes de las facturas que pagamos todos los españoles redundara en nuestro propio beneficio y no en el de terceros sin cara ni nombre. Pero claro, como todo lo que no sea nacionalizar bancos en bancarrota suena tan comunista y, por ende, es tan malo y negativo, seguiremos preguntándonos cómo es posible que España esté cada día más arruinada y más endeudada.