31 de octubre de 2012

Y parece que fue ayer

Por si acaso alguien aun no se ha enterado a estas alturas de la película, que ya sería raro, pero siempre hay algún que otro despistadillo por ahí, estamos en el año 2012, en el que se cumplen, o se cumplieron, 200 años desde que se firmó y aprobó la primera Constitución española. Y, como ya digo, parece que fue ayer.

Hagamos un poco de memoria. A estas alturas de 1812, y aunque la Constitución ya estuviera más que aprobada, estábamos en guerra contra la Francia de Napoleón, el cual había entrado en España como Pedro por su casa con sus ejércitos imperiales hacía ya cinco años, a finales de 1807, con la excusa de invadir Portugal. De ahí a que a los españoles se les quitara la venda de los ojos y empezaran a rajar cuellos franceses sólo pasaron unos 6-7 meses. Antes de eso, España era, ante todo, un caos. A saber.

Teníamos a un rey, Carlos IV, cuya máxima aspiración diaria era, bien irse a cazar, bien meterse de cabeza en el taller de carpintería de palacio y darle al serrucho, dejando los designios del país en manos de sus ministros, encabezados en esas fechas por Manuel Godoy, uno de los políticos españoles más odiados de todos los tiempos. Y, sin embargo, y a pesar de todo lo que se ha venido diciendo de él durante estos largos años, yo he llegado a la conclusión de que fue un pobre diablo al que, simple y llanamente, el puesto que ocupaba y las situaciones que le tocaron vivir le vinieron grandes. Muy grandes

Teníamos, además, una clase ilustrada que, antes de 1807 e incluso durante la propia guerra, veía con buenos ojos que Francia conquistara España, con el único fin de que las ideas revolucionarias y reformistas que venían del país vecino penetraran en España y nos permitiera salir del anquilosamiento que veníamos padeciendo, día arriba, día abajo, desde hacía aproximadamente 150 años, pero que conforme avanzaba la guerra y se iba conociendo más a aquellos que prometían ser sus salvadores, acabó por unirse a los esfuerzos nacionales por expulsar a los invasores de nuestros territorios.

Pues bien. Resulta que estamos en 2012, doscientos años después de aquellos acontecimientos, y me da la sensación de que la historia se repite, prácticamente, punto por punto.

Porque llevamos, casualmente, desde 2007-2008 en una crisis a la que nuestros primeros ministros, lejos de alejarnos de ella, nos han ido metiendo más profundamente a cada día que pasaba. Dicho de otra forma, que tanto los puestos que ocupan u ocuparon les vienen terriblemente grandes, así como la situación actual en sí misma. Tenemos también un rey que, bien por campechano, bien porque la actual Constitución lo mantiene maniatado, se limita a realizar labores meramente protocolarias y de cara a la galería, al menos que se sepa. E incluso tenemos, o hemos tenido, esa clase ilustrada que veía con buenos ojos, en este caso, a Alemania. Una Alemania que prometía ser la panacea, la solución a todos nuestros problemas habidos y por haber. Hasta que Alemania vino, habló y empezó a plantear sus condiciones para la limpieza, que fue cuando el pueblo se alzó y le dijo a Alemania que ya podía irse justo por donde había venido.

Vale, que sí. Que no estamos en guerra con nadie. De facto, al menos. Ni nadie va rajando cuellos germanos por calle. Pero la guerra de hace 200 años no fue sino la consecuencia lógica de una crisis que se gestó en aquella época. Una crisis, como digo, que tuvieron como cómplices unos políticos que no supieron, o no pudieron, estar a la altura de las circunstancias.

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