9 de septiembre de 2012

Lecciones de Historia (III) - La Conquista de Navarra

Otra lección de Historia más, y otra referida al antiguo Reino de Navarra. Y es que la historia de este pequeño reino a caballo entre Francia y España, que vivió sus días de mayor gloria en la Edad Media, con sus idas y venidas, esplendores y crisis, es digna de bardos y trovadores. Alianzas imposibles, traiciones, glorias, intrigas en la corte... Todo reconcentrado en un reino que, en su momento de mayor expansión, abarcaba desde las tierras de Burgos y Cantabria al oeste; hasta los condados pirenaicos que fueron el germen de la Corona de Aragón, al este.

Además, y como comenté hace seis post, este año se celebra, también, el Quinto Centenario del final de dicho reino. O, al menos, del final de su independencia con la conquista del mismo por parte tropas castellano-aragonesas al mando de Fernando II el Católico en 1512, y la consiguiente incorporación a sus territorios.

Por supuesto, un hecho de tal relevancia no se da de la noche a la mañana. La decadencia que abocó en dicha conquista comenzó mucho antes. Tanto la Corona de Castilla como la Corona de Aragón llevaban años mirando con deseo y conspirando para hacerse con un reino que llevaba años debilitado y en crisis, debido a la guerra civil que, desde el año 1451 debido a la fallida sucesión de Carlos, Príncipe de Viana, a quien cuyo padre, Juan II, negó la legitimidad de sus derechos,  venía royendo los huesos del reino. En este aspecto era especialmente elocuente el lema que el Príncipe de Viana llevaba en su blasón: "Utrinque Roditur", o lo que es lo mismo, "Por todas partes me roen".

Así se encontraba Navarra a comienzos del Siglo XVI, y este fue el momento en que Fernando el Católico, ya al mando de los reinos de Castilla y Aragón y de sus respectivos ejércitos tras la muerte de Isabel, aprovechó para llevar a cabo la movilización militar. Por un lado, Fernando dispuso a unos 20.000 soldados entre infantería, caballería y artillería en tierras de Vitoria al mando del II Duque de Alba para penetrar desde el oeste el día 19 de julio, acompañado además del Conde de Lerín, líder de los Beaumonteses, lo que propició que la penetración hasta Pamplona se hiciera en muy poco tiempo. La capital del reino, en aquellas fechas, no era todavía la fortaleza en la que se convertiría con el tiempo. De hecho, ni siquiera contaba con artillería para poder defenderse, y los propios edificios eran los que conformaban las murallas de la misma. Además, ésta se vio asediada por unos 16.000 soldados, mientras que su población apenas sí llegaba a los 10.000 habitantes. Ante este panorama, la ciudad se rendía 6 días después de que las tropas castellanas hubieran penetrado en el reino. El, por entonces, rey de Navarra, Juan III de Albret, intentó reorganizar las tropas del reino y plantear una resistencia, pero ya era demasiado tarde. Se reagrupó con sus tropas en Lumbier y se replegó a los territorios del Bearn.

Con la rendición de la capital, se procedió a enviar emisarios a las ciudades importantes del reino invitándolas a seguir el mismo camino. Viendo la situación, la mayoría optaron por rendirse a su vez. Sin embargo, Tudela, Estella, San Juan de Pie de Puerto y Maya se negaron a capitular. La primera de ellas fue la que concentró los esfuerzos de los invasores, al tratarse de la segunda ciudad en importancia del reino, teniendo que capitular el 9 de septiembre, mientras el resto de las tropas castellanas atravesaban los Pirineos y atacaban la Baja Navarra, conquistándola el día 10. Sin embargo, las tropas castellanas no tardaron en retirarse de la zona, debido en gran parte a los impagos y a la falta de víveres.

Tras la conquista, sin embargo, se intentó reconquistar el reino de Navarra hasta en tres ocasiones: En 1512, en un intento de contraataque dirigido por Juan III de Albret y Catalina de Foix; en 1516 a la muerte de Fernando II, también por parte de Juan III; y en 1521, por parte de Enrique II de Navarra, que se enfrentó a Carlos I por el control del reino, primero mediante la diplomacia y, a partir de ese año, mediante el uso de la fuerza. En este caso sí se consiguió reconquistar el reino, en un tiempo, además, mucho más breve del que necesitó Fernando II para conquistarlo. Sin embargo, el contraataque imperial de Carlos I fue igual de contundente, lo que provocó el repliegue y rendición de las tropas franconavarras. Tras esto se sucedieron una serie de ataques, contraataques y escaramuzas que duraron otro año más, pero el destino de Navarra ya estaba más que escrito. A partir de ese momento, el título de Rey de Navarra quedó para siempre ligado a la dinastía de los reyes de España, hasta que, en 1841 perdió definitivamente la condición de Reino, convirtiéndose en provincia diferenciada dentro del Reino de España.

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